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Un día de adrenalina en que salí salpicado (sin Shakira) en las montañas de Moca

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Quizás habrás escuchado hablar sobre Cola de Pato, no es el patito que hace cuá-cuá-cuá. Este es otro Pato. Bájame la música, que hablaré en serio, muy en serio. Quiero hacerlo, pero a lo mejor estás pensando que esto es una broma. Contaré la extraordinaria experiencia ecoturística, la que viví hace unos meses. Fue una mezcla de emociones, adrenalina, miedo y cansancio, todo junto, en un solo paquete. Una experiencia turística de esas que aceleran el corazón y te agitan mucho la respiración.

Creo que era sábado. Salimos bien temprano desde Santo Domingo hacia un hermoso río llamado Cola de Pato, que está en Arroyo Frío, en la Provincia de Moca. Salimos a las siete de la mañana; realmente te recomendaría irte más temprano, así llegarás más temprano, valga la redundancia. Si es temprano, mucho mejor.

Así fue como llegamos a Moca (municipio principal de la provincia Espaillat), disfrutamos un rato del Parque La Victoria, en el que llegaban los demás compañeros y compañeras, pues también había aventureros provenientes de Santiago de los Caballeros. Nos comimos unos sabrosos bocadillos para empezar a recargar las baterías (energía), y luego nos encaminamos a subir una loma con bastantes curvas, para llegar hasta la entrada de la loma Cola de Pato… donde nos esperaban algunos guías con chalecos salvavidas (es obligatorio, aunque sepas nadar), nos dieron una bienvenida y explicaron algunos conceptos y precauciones de la aventura que se avecinaba. Y que muchos de haberlo sabido y entendido mejor si hubiera devuelto. Son esos que según me contaron al día siguiente no pudieron ir a trabajar por el dolor en las piernas, entre cosas que mejor no diré aquí, para que no se asusten y vivan la experiencia. Es desafiante, pero vale la pena.

El camino fue difícil tengo que admitirlo, ya que hay que estar preparado para caminar aprox unos 40 minutos (dependiendo la densidad del grupo). ¿Qué cómo fue? Subimos, bajamos, nos deslizamos, nos arrastramos, caminamos y luego volvimos a descender (Si llueve es que la vaina se complica de verdad). El guía nos fue explicando algunas cosas en el trayecto, en el descenso. Hasta que, mis hermanos, llegamos a la boca del río. Allí estaba el primero charco. Hermoso, tranquilo, agua verde turquesa, una maravilla. Allí se apreciaba, además, el encanto del bosque húmedo y aquella naturaleza virgen, con profundas, pero rica agua fría y limpia. Tras recorrer tanto sendero, nos dimos diferentes chapuzones, recorridos por el río, nadamos, caminamos y también reímos, nos retrasamos, nos desviamos del camino al no vencer el miedo de saltar ante un charco altísimo… Uno se lo piensa, y vuelve y lo piensa, y luego uno siente que lo menor es caminar en vez de saltar al vacío antes de que tu cuerpo choque contra las corrientes del agua en profundidad del río.

En realidad, todo iba bien (shilling), hasta que llegamos a un tremendo salto, el cual era prueba de fuego, este medía aproximadamente unos 8 o 10 metros de altura y el más alto aproximadamente 8-9 metros de altura, como saltar de un tercer piso. No aparecía un valiente. Nadie se quería jondear (lanzarse), después de media hora mirando para todas partes, apareciendo un par de valientes… pero, solo dos opciones podemos escoger: Saltar o devolverte, y la gente no quería ni una ni la otra… en este momento se disfruta con el miedo de los demás, las risas apenas audibles, ya que el guía se tuvo que lanzar con varias personas, sí, tuve que abrazar a alguna chica (muy romántico el gesto, aleluya) para que pudieran saltar, porque de lo contrario hubiéramos pasado allí el resto del día y de la noche. Eso fue una buena estrategia. Después de todo, yo salté y caí bien… Solo tienes que cierrar las piernas y mira de frente sino quieres sufrir daños. Y flotar y dejarte llevar un poco por las corrientes. Wao.

Luego de ese retador salto, fuimos a otros charcos de la zona, ya después de ahí la gente estaba contenta… sin embargo acechaba un reto aun mayor… y era el regreso, lo que deslizarse por entre raíces de árboles y significa subir una cuesta empinada, pero empinada de verdad. Varios kilómetros y seguíamos cuesta arriba. Dios, nadie se imaginaba aquel ascenso entre piedras, rocas, árboles frondosos y bejucos después de un dulce y tierno chapuzón. Ahí cualquiera se siente Tarzán y con el decorado a la medida.

Regresar era quizás uno de los deseos de muchos, pero terminó convirtiéndose en una pesadilla para aquellos que no hacen ejercicios, ni deporte alguno y que no estaban acostumbrados al trote… ya que el camino era empinado y malo, osea las pantorrillas estaban reventando, gente sin aire, casi desmayada: Hambre… Frío… Sueño, el viaje parecía eterno… algarabía y gritos de mis compañeros… ja ja ja ja. Aguaten que ya estamos cerca, dijo alguien, pero no. Nada pues, subimos a duras penas, explotados… pero subimos.

Con la lengua bien afuera (no canso de reírme, je je je), como perros, llegamos a la superficie en que habíamos dejado el vehículo. Luego de ello, bebimos agua y algún que otro snack. Después fuimos a comer mofongo a Las 4 F Restaurant, estaba sabroso. Comida muy rica, en todo el sentido.

Luego partimos hacia nuestros hogares, a eso de las de la cinco de la tarde, con la imagen y con los recuerdos frescos en la memoria, dolidos pero alegres por haber vivido una experiencia emocionante, una experiencia en la que nos dimos cuenta de que la naturaleza desafía los deseos más profundos y que la verdadera aventura es aquella que nadie te ha contado. Y que te espera en cualquier bosque o montaña. A mí me gusta mucho hacer cosas como estas, por lo que volví al lugar por segunda vez. Hazlo, si crees en ti lo lograrás. Te lo aseguro.

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