Bogotá, Colombia, una experiencia gratificante y maravillosa
Mis hijas me comunicaron que me darían un viaje a Colombia como regalo de cumpleaños, volví a cuestionar y a repasar eventos del pasado; pero como era a Bogotá me decidí. Fue una experiencia maravillosa, muy buenas atenciones; calidez en el trato personal y amistoso de los colombianos.
Encontramos una Bogotá limpia, organizada, sin metro, pero con un efectivo servicio de autobuses públicos, donde cada uno tiene un triple cuerpo, como los tres vagones del metro, con aire acondicionado. Microbuses de servicios empresariales y taxis para grupos, porque el taxi público es un carrito mini amarillo que recorren todas las calles en la ciudad. La Bogotá antigua y colonial tiene los mismos callejones que aquí, pero como son todos de una sola vía los autobuses penetran y solo deben cuidar el tiempo de paradas para desmontar, ya que detrás van otros, pero la parte moderna de Bogotá cuenta con Excelentes calles de muy buen ancho atravesadas en los puntos nodales y cerca de las paradas por un complejo de puentes elevados metálicos que descargan en varias direcciones acomodando a los caminantes.
Hay tantos motores personales y de mensajeros (deliberys), como en nuestro país. Sin embargo, todos llevan su casco protector. Da gusto ver ese pelotón de motoristas ordenados en filas frente a los semáforos en rojo, ninguno se adelanta al otro ni rebasan a la mala. Y, nunca notamos un Amet ni policía molestando a ningún conductor. En las calles hay muchas patrullas policiales y me llamó la atención la cantidad de jóvenes de ambos sexos, en las filas policiales y militares. Sin embargo, no vi a nadie con armas largas, y los militares y policías, aunque uniformados, si no están de servicio, andan desarmados. Esos patrullajes son preventivos y persuasivos, no represivos, lo que a mi juicio reduce el potencial delincuencial. Estoy convencido de que cosas sencillas como estas pueden lograrse en nuestro país, si se legisla en el sentido de que ninguna empresa venda una motocicleta sin incluir los dos cascos y sus espejitos retrovisores.
Cuando en mis charlas con los colombianos les decía que nuestra isla fue la primera conquistada por Colón y que desde aquí se había efectuado la conquista de los demás territorios, que mi pueblito, la Villa de la Concepción para 1525 cuando se inició la conquista de Colombia, había tenido fundiciones de oro y acuñamiento de una rústica moneda, un obispado, se había probado con éxito la posibilidad de producir azúcar, etc. etc., además de que en Santo Domingo había una zona colonial, la primera que hubo en todo el Continente como un Burgo medieval amurallado, abrían la boca de asombro y se les desorbitaban los ojos. No podían creerlo. En sus escuelas y universidades nunca les hablaron de eso. Les reiteraba que aquí vinieron y vivieron los primeros conquistadores antes de partir a las tierras continentales como, Gonzalo Jiménez de Quesada, Alonso de Ojeda, Rodrigo de Bastidas (quien fundó allá y gobernó Santa Marta) y Pedro de Heredia, vivieron aquí y/o pasaron por aquí antes de ir allá a explorar y someter el territorio, fundando ciudades como Santa Marta (1525), Cartagena (1533) y Santa Fe de Bogotá (1538). La conquista se extendió por varias décadas. Fue en Santo Domingo que se instaló el primer Virrey de estas tierras con Diego Colón, y que en teoría gobernaba todos los territorios explorados por Cristóbal de acuerdo con las Capitulaciones de Santa Fe. Les pedí que vinieran y visitaran esta zona colonial y las casas que fueran de Rodrigo de Bastidas aquí, de Juan Ponce de León, en la zona de Higüey, y en Azua donde vivieron otros, como Hernán Cortés quien tenía allá el cargo de Escribano del Cabildo, de 1504 a 1511, y luego de irse a conquistar a Cuba junto a Diego Velázquez se rebeló y se fue a México logrando conquistarlo.
He disfrutado mucho este viaje, y las vistas panorámicas e inolvidables. Desde lo alto de Monserrate, situado al mismo nivel sobre el mar que el Pico Duarte, se divisa la ciudad casi completa ocupando esa inmensa llanura y elevándose por algunos cerros. La altiplanicie de Bogotá está a 2,200 metros de altura, por lo que su clima es altitudinal, con 16 a 18 grados, que en algunos puntos y momentos baja hasta los 11 grados. A Monserrate se sube un tramo en un Funicular casi vertical hasta un punto y ahí se inicia un Viacrucis hasta la iglesia, situada frente a frente al templo de la Guadalupe en la montaña del frente.
El gran choque lo tenemos cuando la cuenta del restaurant suma entre cincuenta mil pesos, a cuatrocientos mil. Tenemos que respirar profundo y tomar la calculadora, ya que por cada dólar recibimos alrededor de cuatro mil pesos colombianos según la tasa del día. Es decir, dividiendo los cuatrocientos mil entre 58.5 equivalen a 68.3 dólares para una comida a la carta para 5 personas. Una sorpresa agradable para todos, pues hemos pagado más de 100 dólares en los EE. UU. por un idéntico servicio de comida saludable.
Zipaquirá es una ciudad que se asemeja mucho a Baitoa, San José de Ocoa o el pueblo de Jarabacoa, por sus calles estrechas, pero de viviendas armónicas con hasta ocho niveles e individuales. Allí se hallan los túneles de la mina de sal donde se llega a través de una combinación de túneles a varios niveles bajo tierra hasta una profundidad de 180 metros a la Catedral de la Sal, construida por la religiosidad de los mineros. Esta Catedral está muy bien iluminada, y amoblada con bancos de maderas.
El Banco Nacional de Bogotá tiene sus museos en el complejo que abarca al museo Botero, incluyendo el de la moneda y los troqueles en que se hacían en los siglos pasados. Ya en pleno centro de Bogotá encontramos, además, el museo del oro, una magnífica, millonaria e insuperable colección de fina orfebrería trabajada por las culturas muiscas, chibchas, entre otras, que dejaron boquiabiertos a los conquistadores, al ver que eran maestros artesanos muy superiores a los europeos.
Lo que más me gustó fue la parte ambiental de la ciudad, con muchos árboles y zonas verdes, al igual que las altas montañas que la bordean, o sea que no es como Santiago, La Vega o Santo Domingo, que se han convertido en selvas de concreto. Y tanto es así que al llegar me encuentro con el criminal proyecto de mutilar nuestro Jardín Botánico, único pulmón que oxigena nuestra capital, y nos coloca con los avances científicos en la floresta. El mejor regalo que el Estado puede darle a un ciudadano es una ciudad ordenada, arborizada y que invita a caminar, a disfrutar la vida.